" Hervás con sus castañares recoletos en la falda de la sierra, que hace espalda de Castilla, tus telares reliquias de economía medieval que el siglo abroga, y en un rincón la sinagoga en la que la grey se reunía, que hoy añora la verdura de España, la que regara con su lloro, -de él no avara- el Zaguán de Extremadura"
(Miguel de Unamuno)


Os invito a que emprendamos juntos un viaje gracias al cual esperamos llegar a conocer mejor el Barrio Judío de Hervás y su patrimonio histórico y cultural en general. Porque sólo protegemos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos.

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miércoles, 25 de enero de 2012

SON LA CAÑA


Hoy vamos a abordar una receta muy sencilla, las cañas fritas. En Hervás las cañas constituyen uno de los dulces más típicos. Se sirven rigurosamente solas, sin rellenar jamás de crema o cualquier otro aderezo. Se ve que somos fundamentalmente minimalistas y de gustos sencillos.
La elaboración del plato exige tener previamente las cañas sobre las que envolveremos la masa extendida. Como probablemente sabréis, podemos encontrar a la venta tubos de metal inventados precisamente para este propósito. No obstante, antaño las amas de casa empleaban cañas de verdad (evidentemente, convenientemente secas). Si nos da por respetar escrupulosamente las tradiciones, ésta podría ser una buena excusa para salir a dar una vuelta por los cañaverales más cercanos y recoger algunas. Aunque hay que tener mucho cuidado e informarse antes sobre la legislación vigente, ya que tengo entendido que, al menos en determinadas circunstancias, esta práctica puede ser multada.

Ingredientes:
1 vaso de vino blanco
1 vaso de aceite de oliva
1 cucharadita de sal
1 cucharadita de azúcar
La harina que la mezcla admita (que muy probablemente será unos 300 gramos)
azúcar para el rebozado

Elaboración
En un recipiente amplio vertemos el aceite y el vino. Vamos añadiendo lentamente la harina hasta que obtengamos una masa ligera, que se pueda trabajar pero no sea demasiado rígida.
Extendemos la masa con un rodillo y cortamos rectángulos según la medida de las cañas que tengamos. Freímos en aceite y sacamos las cañas cuando estén doradas. Las colocamos sobre papel de cocina para que conserven menos grasa. Extraemos con delicadeza los tubos de metal o cañas naturales, teniendo cuidado de no romper los dulces. Una vez que hayan escurrido un poco, las rebozamos en azúcar (o fructosa, si tenéis problemas con el azúcar).

Conclusión
Las cañas fritas tienen la virtud de ofrecernos una valiosa lección: aún es posible disfrutar de la simplicidad.


Y porque en efecto fue la caña, ahí va Jimi Hendrix interpretando All Along The Watchtower


sábado, 21 de enero de 2012

PRETEXTOS


A menudo me habréis oído (o leído) decir que la cocina es cultura. No lo retiro, por supuesto. No obstante, si hubiese de afinar aún más, y pudiendo escoger sólo una, me quedo con otra definición: la cocina es pretexto. La cocina es pretexto para compartir tiempo con nuestros semejantes: el que emplearemos para preparar los platos y el que discurrirá ameno alrededor de la mesa, mientras los consumimos con aquellos para quienes los hemos preparado. La cocina es pretexto para socializar, para charlar durante las comidas y en las sobremesas. O al menos así lo era, porque cada día resulta más frecuente que las parejas y los miembros de las familias coman cada uno por su lado, de cualquier forma. Y sin embargo la cocina es pretexto para demostrar nuestro amor: cómo no recordar la cautivadora “Como agua para chocolate”.
Tan cierto resulta que la cocina no consiste ni más (ni menos) que en un pretexto, que uno de los platos más popular de Hervás es el bollo de San Antón, ése que muchos críos (y algunos adultos) han consumido el 17 de este mes en las inmediaciones de la ermita de San Antón, tras la misa y la sucesiva bendición de los animales de compañía. No encontraréis aquí la receta de esa vianda: el pudor me impide explicaros cómo hacer una tortilla de chorizo… Sí, una tortilla de chorizo. Porque eso es exactamente lo que rellena el bollo (un pan redondo, preferentemente de pueblo). ¿Y es ése el misterio alrededor del que se reúnen los hervasenses cada 17 de enero en una de sus fiestas más tradicionales? Pues sí, porque la cocina es pretexto, y a veces lo de menos es lo que comemos. Lo de más es el ambiente festivo, el que hace que los asistentes encuentren tan suculento el humilde plato. Quizá porque se consume en el pinar aledaño, y allí las gentes por un momento casi olvidan que se encuentra en el casco urbano. Los niños juegan entre los árboles y los adultos pasean hasta la Plaza de Nápoles, donde dentro de algún tiempo podremos volver a disfrutar del aroma de las mimosas. Y de regreso hacia la ermita, se pasa bajo las Tres Cruces, ese modesto Gólgota local que, para mi gusto, tanto encanto ha perdido desde que alguien se empeñase en remodelarlo y darle un “toque de color” al monumento pensando, muy probablemente, que así lo hacía más moderno y menos austero, más vacío de recuerdos quizá. Pero lo cierto es que hay traiciones que no se pueden olvidar, por mucho que uno intente apartar la vista del plato de lentejas y la dirija hacia el bollo de San Antón del que los fieles parecen disfrutar.
Cada día es más frecuente que las personas no coman en comunidad. Que la última cena no sea ni la última ni la primera: que nada tenga de sacro ni de compartido, nada de legado ni de redención. Cada día es más frecuente que comamos solos y en silencio. Sin el otro alimento al que sirve de pretexto la cocina: sin las palabras, sin las cómplices miradas... La cocina se está convirtiendo en mero sustento del cuerpo (y a veces, ni eso), mientras el espíritu se debilita abandonada a la buena de Dios. ¿Dejaremos que el alma muera finalmente de inanición?
Y ahora quizá pareciera procedente colocaros una foto de la ermita de San Antón, o de una fotogénica tortilla de chorizo, o de la Plaza de Nápoles, o… Sí, no cabe duda, parecerlo, lo pareciera. Pero como puede que esta entrada sea también un pretexto… Prefiero alimentar vuestra alma, y os coloco en cabecera un amanecer cualquiera de invierno sobre la Pista Heidi.

Para escuchar la banda sonora de la suculenta película Chocolat