" Hervás con sus castañares recoletos en la falda de la sierra, que hace espalda de Castilla, tus telares reliquias de economía medieval que el siglo abroga, y en un rincón la sinagoga en la que la grey se reunía, que hoy añora la verdura de España, la que regara con su lloro, -de él no avara- el Zaguán de Extremadura"
(Miguel de Unamuno)


Os invito a que emprendamos juntos un viaje gracias al cual esperamos llegar a conocer mejor el Barrio Judío de Hervás y su patrimonio histórico y cultural en general. Porque sólo protegemos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos.

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jueves, 17 de septiembre de 2009

LENTEJAS DE ESAÚ

Exquisitas y sanísimas. Después de haberlas probado, uno comprende que Esaú le vendiese su primogenitura a Jacob a cambio de un plato de lentejas.

INGREDIENTES (para 2 personas)

150 gr. de lentejas
150 gr. de carne picada
2 cebollas medianas
1 zanahoria mediana
una ramita de apio
1 taza de salsa de tomate (preferentemente frito en casa)
aceite de oliva
pimienta negra molida
sal

PREPARACIÓN

Dejamos las lentejas a remojo durante una noche. Antes de empezar a preparar el plato, las escurrimos y reservamos.
Cortamos en juliana fina las cebollas, zanahoria y apio (al que quitaremos cuidadosamente las hebras). Sofreímos someramente los vegetales con una pizca de sal en una cacerola con aceite de oliva. Añadimos al sofrito la carne picada (puede ser sólo de vacuno, pero yo no renuncio a introducir un tercio de carne porcina: el toque maestro, como cuando preparáis lasagne alla bolognese) y removemos unos segundos. Apenas la carne deje de parecer cruda, vertemos las lentejas en la cacerola y añadimos la salsa de tomate, una pizca de pimienta negra y abundante agua.
Dejamos cocer lentamente hasta que las lentejas estén en su punto y el caldo se haya concentrado.


ADVERTENCIAS

En la última fase de la cocción conviene remover frecuentemente para que las lentejas no se peguen al fondo de la cacerola y acaben quemándose. El riesgo de que esto suceda lógicamente aumenta a medida que el agua de la cocción se evapora y el caldo se concentra.

VARIANTES
Muchos prefieren no añadir toda la carne a la cazuela desde que comenzamos a preparar el plato. La otra posibilidad consiste en utilizar la mitad de la carne picada para hacer pequeñas albóndigas que añadimos sólo cuando la cocción está finalizando.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

PONIENDO DE MANIFIESTO LAS INCOHERENCIAS. ¿POR QUÉ NO CERRAR A LOS VEHÍCULOS EL BARRIO JUDÍO?

En más de una ocasión en la corta vida de este blog hemos puesto de manifiesto el esfuerzo derrochado por los habitantes del Barrio Judío y las autoridades responsables de la conservación del mismo por respetar los cánones arquitectónicos tradicionales. Cierto es que se han cuidado incluso pequeños detalles como los armarios para esconder los contadores externos a las casas o las mangueras antiincendio, rigurosamente fabricados en madera y rematados por herrajes con sabor a antiguo. Por eso resulta aún más sorprendente y horripilante encontrar modernos medios de locomoción aparcados en sus callejuelas. Los coches, con sus colores chillones, afean sobremanera la judería, deslucen su bella arquitectura. Pero además implican otra serie de problemas que no son únicamente de naturaleza estética.
Para empezar, habría que proteger estos edificios de la contaminación directa ocasionada por los coches y motos. Pero es que además el uso de medios de locomoción mecánicos en esta zona del pueblo se convierte en un engorro que no facilita en absoluto la vida ni ofrece comodidad. Dado que las calles son muy angostas, circular por ellas se hace extremadamente complejo: no pocas veces aparcar implica maniobras casi imposibles y esperar a que el tráfico se despeje exige una paciencia infinita. Un par de coches ya son suficientes para originar un tapón considerable. Imaginemos lo que sucede cuando una furgoneta comercial (a menudo de gran tamaño) se empeña en transitar por él (lo que sucede constantemente). En resumidas cuentas, se tarda mucho más en llegar a donde se quiere ir en coche que a pie.
Es decir que el tráfico en el Barrio Judío no sólo afea y contamina una zona histórica, sino que en realidad no facilita la vida a sus habitantes. Más bien todo lo contrario. De hecho, no es raro escuchar cómo algunos de ellos se quejan precisamente de esto.
Por todo ello, aunque supongo que mi propuesta no será bien acogida por los habitantes de la judería que son propietarios de vehículos y que desean tenerlos aparcados bajo su casa, creo que la medida más lógica sería cerrar el Barrio Judío al tráfico.
De hecho, incluso los propietarios de coches verían mejorar su calidad de vida si no pudiesen transitar por el barrio con sus coches, ya que evitarían perder su precioso tiempo y no pondrían en riesgo su serenidad.
La policía local suele apelar al buen juicio de los ciudadanos y pide a los visitantes que sean comprensivos con los problemas que el tráfico pueda ocasionar en el casco antiguo. Yo diría que no debemos resignarnos a pedir comprensión. Debemos evitar que dichos problemas lleguen a producirse.
Con tal fin, sería deseable que las autoridades competentes decidiesen cerrar al tráfico el Barrio Judío. No obstante, medidas como ésta son muy poco populares a corto plazo (para que los habitantes aprecien sus beneficios se requiere un poco de tiempo o una clara visión de futuro por su parte), y por tanto es de esperar que muy pocas administraciones tengan el coraje de emprenderlas.
En cualquier caso, se tome una medida de este tipo o no, creo que aún más importante es concienciar a los vecinos de que hay cosas que no se deben hacer, incluso si no están explícitamente prohibidas. No se deben hacer sencillamente porque dañan algo que es de la comunidad, y la comunidad somos todos.
Por tanto apelo a los vecinos del Barrio Judío para que sean ellos quienes se conviertan en protagonistas de una iniciativa ciudadana, para que sean ellos quienes den ejemplo de buen juicio y de responsabilidad.
Creo que convendría recordar que cada vez son más las ciudades europeas que deciden cerrar al tráfico sus cascos históricos con el fin de protegerlos y conservarlos mejor. Este tipo de medidas se adoptan incluso en zonas mucho más amplias que el Barrio Judío de Hervás, que se puede recorrer perfectamente en su totalidad a pie sin ningún esfuerzo. De hecho, me permito recordar que antaño los coches no bajaban a la judería. Quienes tienen ya una cierta edad recordarán que, hace unos cincuenta años, incluso los distribuidores evitaban bajar con sus furgonetas de reparto, que solían quedar aparcadas en La Plaza. Los productos sencillamente se distribuían por las tiendas con carritos para mercancías. Una prueba más de que nuestra propuesta no es descabellada en absoluto.

domingo, 6 de septiembre de 2009

sábado, 5 de septiembre de 2009

ASÓMATE A LA VENTANA

Si las puertas del Barrio Judío nos sugieren una invitación a abrirse al exterior, las ventanas parecen inducir al recogimiento.
En las fachadas del Barrio Judío encontramos escasas ventanas por lo general de dimensiones reducidas y en ocasiones incluso minúsculas, ventanucos de menos de dos palmos con cristales fijos. Por este motivo, la usanza de mantener la parte superior de las puertas abiertas se hace casi imprescindible para mantener la casa ventilada. Las ventanas, cuadradas o rectangulares, son adinteladas y extremadamente sencillas, en el mejor de los casos con un marco apenas devastado en madera de castaño y sin alféizares.
A pesar de la sensación de claustrofobia que algunas de éstas pueden inspirar, quienes aún habitan casas con ventanas de estas características, aseguran que son sus pequeñas dimensiones las que permiten que los hogares se mantengan más frescos en verano y calientes en invierno. No es de extrañar, dado que los vanos reducidos apenas ocasionan brechas en el aislamiento que los anchísimos muros ofrecen contra el frío o calor exteriores, pues tanto por grosor como por los materiales con los que fueron construidos (piedra y adobes), permiten una bajísima conducción térmica. Además, las ventanas pequeñas impiden la entrada del bochorno y los rayos solares en verano y, en invierno, evitan que escape el calor acumulado dentro de la casa gracias a las chimeneas, estufas o cualquier otro sistema de calefacción.

jueves, 3 de septiembre de 2009

LA BIENVENIDA DE LAS PUERTAS ABIERTAS


El Barrio Judío es un reducto de tradiciones no sólo arquitectónicas, en él pervive aún la admirable costumbre, hasta hace no mucho extendida en buena parte del pueblo, de mantener las puertas abiertas durante todo el día. Al menos cuando el buen tiempo lo permite. Da la sensación de que a la desconfianza le cuesta anidar allí, de que la hospitalidad o el afán de mantenerse abierto al mundo, de integrarse, de sentirse parte de una comunidad, sigue pesando más que el miedo que nos somete a su imperio cada día un poco más. Y es que cuando uno pasea por sus calles, en efecto, le parece percibir que allí las relaciones entre los vecinos siguen siendo más estrechas de lo que resulta usual hoy en día, más similares a lo que fueron un tiempo.
En el Barrio Judío casi todas las puertas siguen los cánones que también predominaban en el pasado en la parte alta de Hervás (usamos este denominación atendiendo simplemente a la morfología del pueblo, ya que para acceder a la judería hay que descender por cualquiera de sus accesos). Allí muchas de ellas siguen siendo bastante antiguas, pués no pocas casas están deshabitadas desde hace tiempo. No obstante, la mayor parte de las rehabilitaciones recientes han respetado también cuidadosamente esos cánones haciendo uso de puertas de nueva fabricación que reproducen modelos antiguos.
Ni que decir tiene que las puertas de Hervás eran fabricadas en resistente madera de castaño (y generalmente decoradas con gruesos clavos). Un material que suele ser común también en los dinteles y en ocasiones incluso en las jambas, que otras veces son de piedra. Se trataba de recias puertas que a simple vista se podrían considerar celosos custodios de la intimidad de los habitantes de sus casas. Sin embargo, su forma nos habla más bien de una marcada voluntad de promover la integración y la socialización, de acercar más que de alejar. El modelo de puerta más común estaba constituido por una hoja de una pieza y otra dividida en dos, de las cuales la superior solía mantenerse —y en el Barrio Judío suele mantenerse aún— abierta. Para evitar que demasiado calor entrase en la casa y también para proteger el zaguán de miradas excesivamente indiscretas, tras la hoja de la puerta que solía permanecer parcialmente abierta todo el día se colocaba una cortina tupida, como las que aún se pueden ver actualmente en algunas casas de la judería.
En algunas de esas puertas antiguas podemos ver todavía las gateras por las los pequeños compañeros de los antiguos pobladores del Barrio Judío regresaban a sus hogares.
Las puertas también pueden ser más estrechas, de una sólo hoja dividida en dos.
Las anchas puertas de dos hojas de una pieza, a menudo muy destartaladas, solían dar paso a bodegas privadas y en algunas ocasiones a bodegas abiertas al público, como la famosa bodega Los Conos, hoy lamentablemente cerrada. Algunas de éstas están semienterradas. Aunque también es posible encontrar casa con el ingreso semienterrado.





























miércoles, 2 de septiembre de 2009

CON LOS OJOS DE LA NOSTALGIA

Inauguramos hoy una sección destinada a acompañarnos a lo largo de toda nuestra andadura. Se trata de un espacio dedicado al recuerdo y quizá un poco a la sana melancolía, en el que intentaremos mirar el Barrio Judío con los ojos de antaño. Lamentablemente ya no podremos recuperar algunos paisajes hoy desaparecidos, no podremos mostrar al visitante las míticas Cuevas del Calvo (entre el Barrio Judío y la Iglesia) o la no menos transitada bodega Los Conos. Tendremos que conformarnos con recurrir al sepia para alimentar la ilusión de que, en efecto, veinte años no son nada.

























martes, 1 de septiembre de 2009

EL AMOR POR LA BELLEZA

En el Barrio Judío se percibe siempre un notable deseo de pulcritud, un afán evidente de embellecer las fachadas, un refinado gusto por lo hermoso, un encomiable esfuerzo por sacar el mayor partido a la propia vivienda.
Cuando recorremos las callejuelas del Barrio Judío no gozamos sólo del espectáculo que la vetusta arquitectura nos ofrece, nuestros sentidos se ven asediados por hermosas formas y colores, por las pinceladas que la profusión de macetas —o incluso grandes latas de conservas, porque cualquier recipiente es bueno para cultivar plantas— introducen en un paisaje de lo contrario monocromo —aunque en absoluto monótono—, gobernado por los tonos beige, tostados y marrones, por el adobe y la argamasa con la que fueron revocadas las fachadas y las recias vigas de madera de castaño. Si sabemos esperar con paciencia y vagamos aún por sus rincones cuando se aproxime la hora de la comida, también por los exquisitos aromas de la cocina tradicional, de platos sencillos e insuperables a un tiempo, económicos y sublimes, como las patatas cocidas machacadas con mano de mortero de madera y mezcladas después con un refrito del excelente Pimentón de la Vera y una hojita de laurel del huerto familiar —algo muy similar a lo que en el vecino Valle del Jerte se denomina Patatas Revolcás—.
Las plantas, y muy especialmente las flores, tienen un papel fundamental en el escenario del Barrio Judío. Allí difícilmente encontraréis una casa de cuya fachada o ventana no cuelgue alguna jardinera, o al pie de cuya puerta no repose al menos una maceta. Y si tenéis la oportunidad de asomaros a algún patio, ese amor por la jardinería se hará aún más evidente. No obstante, es en la calle Rabilero donde el reino vegetal se convierte en protagonistas absoluto e indiscutible. Es allí donde la orgía de verde amenaza con desbordar nuestros sentidos.
Como es lógico, los habitantes del Barrio Judío se muestran orgullosos cuando el visitante admira sus fachadas, cuando elige recordar en años venideros su visita a la judería con una fotografía de la fachada de su hogar entre las manos. No obstante, diría que en esa competición constante de las vecinas por hacer de sus casas las más hermosas, juega un papel fundamental la generosidad y el altruismo, la voluntad de alegrar también la vista al transeúnte, de regalarle un momento de belleza inesperado.
Unas calles en las que los niños aún juegan inocentes entre las flores, ajenos a los peligros con los que el mundo de los adultos les amenaza, sin lugar a dudas merecen ser visitadas y protegidas con celo.